domingo, 9 de junio de 2013

El tiempo no solo es un pretexto



Lulú y yo habíamos concluido la preparatoria a los 17 años. Ella quería estudiar Ciencias de la Comunicación, yo, Economía. Nuestros planes eran estudiar en la UNAM y seguir siendo novios. Las cosas no fueron así; ella y yo, no habíamos tenido los suficientes aciertos en el examen para entrar a la Universidad. Entonces los planes fueron distintos: trabajar y estudiar mucho para el examen del próximo año. Yo fui a buscar trabajo a la Comercial Mexicana Mega San Mateo; la cual quedaba cerca de mi casa. Me interesaba el puesto de cajero. Llegué a la oficina de Recursos Humanos, me registré para la entrevista y me senté a esperar mi turno. La licenciada y jefa de Recursos Humanos me entrevistó; ella era muy accesible y carismática, así que no me puse nervioso. Después de una serie de preguntas me dijo “Felicidades, ya perteneces al grupo de trabajo de la Comercial. Mañana te presentas en el aula de capacitación a las siete horas”.
 Al día siguiente entregue mis papeles,  firmé mi contrato y me dirigí al aula. Estaba nervioso y desmotivado: yo quería seguir estudiando. En total éramos 11 chicos que asistíamos a esta aula; nos presentamos uno por uno, al igual que nuestra capacitadora, Griselda. Teníamos que aprender a identificar billetes falsos, tarjetas clonadas, cheques, cheques de viajeros, dólares, vales, llenar vales de cambio, realizar pagos de servicios y aprendernos claves para la fruta, verdura, especies, panadería, Bistró y el Grand Café... lo cual es gracioso que hasta la fecha siga recordando algunas claves .
La primera semana fue muy pesada; los miércoles, sábado y domingo eran los días, los cuales la gente más compraba. Yo trabajaba ocho horas al día y descansaba solo los viernes. Soportaba quejas de los clientes y de mi jefa; a veces no salía a comer, me faltaba dinero o salía más tarde por el exceso de trabajo. Todo por ganar 2300 pesos quincenales; para ello tenía que pararme a las cinco horas, bañarme, desayunar, peinarme, ponerme el uniforme (una playera naranja, pantalón azul y zapatos negros)  y salir de mi casa a las seis y media horas, para llegar a las siete horas.
Mis compañeros y a la vez amigos después de entregar nuestro corte de caja íbamos al Bistró; comprábamos pizza, refrescos, tacos de barbacoa o de carnitas y botanas. Regularmente éramos solo hombres los que íbamos al Bistró; solíamos decir obscenidades de las compañeras y clientas; insultar y reírnos de  nuestra jefa, de los supervisores y de los gerentes. Aprendí todo lo que un trabajo conlleva (responsabilidades, envidias, logros, reconocimientos y decepciones).
Lulú entró a trabajar a SEARS; el viernes era el único día que la veía y disfrutábamos de nuestra relación. Sin embargo así como el tiempo que compartía con ella hizo que  se enamorara de mí, el mismo tiempo me alejaba cada vez más de ella.

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